Desde el partido Por Un Mundo Más Justo compartimos la experiencia de Manuel Luis Pérez Salazar, un colaborador de nuestro partido que conoció la situación en la que viven las personas refugiadas en Lesvos. Denunciamos el trato que Europa está ofreciendo a estas personas y exigimos un cambio radical en la política migratoria europea.

Manuel Luis Pérez Salazar

En Julio tuve la suerte de conocer mejor la situación de muchas personas refugiadas que han llegado y que siguen llegando día a día a las costas de la isla griega de Lesvos. La imagen de Alan Kurdi en Septiembre de 2015 me perseguía y quise conocer más de cerca la realidad de las personas que deciden jugarse la vida, de ellos mismos o de sus hijos, buscando un mundo que creen que es mejor. Y digo que creen, porque la triste y cruda realidad es otra.

Fui con una ONG que se creó para rescatar a personas en el Mediterráneo. Mi voluntariado trataba con niños, jóvenes y adultos de los 3 campos de refugiados de Lesvos, especialmente del campo de refugiados de Moria. Cada persona refugiada que habita en Lesvos ha realizado la travesía desde Turquía y muchos han perdido a seres queridos en esa travesía. El voluntariado trataba de ayudarles a vencer esos miedos, esos traumas que arrastran, producto del shock vivido. Una actividad que además de enseñarles (en la medida que se podía) a nadar, a reconciliarse con el mar, también les daba una oportunidad para desahogarse y contar alguna de las tristes historias que pude escuchar.

Pude visitar el campo de refugiados de Moria, campo cuyas condiciones de vida e higiene son auténticamente deplorables, lamentables, injustas e inhumanas. Y todo en medio de Europa. En pleno siglo XXI. Hace unas semanas Médicos del Mundo denunció las condiciones de vida de las personas que malviven en Moria. Habló del peor campo de refugiados de la tierra. No sé si es exagerado o no, pero sí puedo expresar mi tremenda sensación de impotencia, de rabia e indignación de ver como Europa, adalid del bienestar y de los valores de justicia, permite que tantas personas de nuestro mundo, cuyo único delito es haber nacido a unas horas de nuestros lugares de origen, puedan vivir en unas condiciones tan inhumanas.

Ya está bien de que nos manipulen los medios. No huyen para robarnos los trabajos, hacernos daño o someternos como muchas personas dicen estos días en muchos lugares de Europa. No vienen para ponernos bombas. No vienen para quedarse eternamente. Huyen de sus países porque están siendo masacrados, exterminados por guerras, terrorismo u otras desgracias. Los pasajes que se pagan a las mafias para cruzar pueden ser de más de 1500 €. Para que una familia de cualquier país con dificultades pueda permitirse ahorrar este dinero se necesitan años.

Al escuchar el testimonio de muchas de estas personas que te contaban sus historias, no podía dejar de pensar que yo en su situación, haría exactamente lo mismo. Me la jugaría con mi familia o se las haría jugar a mis hijos si viera el peligro inminente sobre ellos. No me puedo imaginar lo que sentiría si encima cuando llegase al primer mundo me rechazaran, me hacinaran en un campo infrahumano, o me deportaran al desierto donde nadie se va a enterar. ¿Cómo tendría fuerzas para salir adelante? ¿Cuánto de pisoteada sentiría mi dignidad como persona? ¿Porqué tengo que sufrir tanto? En las últimas semanas para más desgracia si cabe, Europa ha impedido a las embarcaciones de rescate el intentar salvar a nadie en el Mediterráneo. Y si sales te pueden disparar. Increíble.

Al vivir esta experiencia que ha tocado mi vida en lo más profundo, me comprometo a intentar mejorar mi estilo de vida, intentando ser más coherente, sensibilizando sobre la dramática situación de tantos seres humanos y siendo una gota más en el océano que trata de salir de su zona de confort para hacer algo más llevadero el caminar de los que malviven en los márgenes. Soy optimista. Hay muchas personas que están dando su vida en esos márgenes. Este es mi punto de partida, el creer que, desde nuestra realidad, podemos hacer que otro mundo sea posible.

Lo haré por ellos, por los últimos. Pero también egoístamente por mí, porque me rompe el alma ver a tanto ser humano sufrir gratuitamente. Hacer algo, aunque sea insignificante para cambiar sus vidas, me hace sentir más útil y feliz.

La imagen de este post es del “cementerio de chalecos” en Lesvos. Lugar que impone mucho respeto. Miles de chalecos de miles de personas que soñaron con un mundo mejor.