Nuestra acogida a las personas migrantes. Abramos nuevos caminos de inclusión y fraternidad.
Hace unos días leía lo siguiente en el periódico digital el Diario.es: “El Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones planea endurecer los criterios para acoger a los migrantes que llegan a las costas españolas. En caso de pico migratorio, el ministro José Luis Escrivá prevé «priorizar» a las personas que, en base a nuevos requisitos, sean considerados «realmente vulnerables», según confirma la Secretaría de Estado de Migraciones. Sus planes pretenden dejar sin plaza de acogida humanitaria a los hombres solteros sanos de países con los que España tenga un acuerdo de repatriación vigente.”
Comparto brevemente una reflexión y mi propia experiencia acogiendo personas que vienen a vivir a España de diferentes lugares del mundo.
Creo que las soluciones a la crisis migratoria que está convirtiendo el Mar Mediterráneo en un cementerio, no pueden pasar por endurecer los criterios de acogida para dejar a más personas excluidas del sistema. No creo que se trate de ser miedosos y tacaños con nuestros recursos, sino confiados, creativos y generosos.
La medida que planea el Gobierno no es otra que la de endurecer más aún los criterios para acoger a las personas migrantes que llegan a nuestras costas, dejando fuera a los varones, solteros con buena salud. Creo que es muy peligrosa está clasificación de personas a la hora de acoger, ya que produce una tremenda segregación entre el colectivo migrante, diferenciándolos y creando así categorías, estratos… algo tremendamente injusto. Además, en este caso concreto, me planteo que, si excluimos a los varones jóvenes que gozan de buena salud, estamos excluyendo a personas que seguramente estén muy cualificadas para trabajar en nuestro país. Sí, esos trabajos que normalmente no queremos hacer los españoles, por ejemplo, recogiendo la fresa en Lepe. Con esta medida, excluiríamos a posibles trabajadores que podrían prestar un servicio indispensable para España y para la Unión Europea, y que de esta manera podrían ir integrándose en nuestra sociedad. Entiendo la emergencia de acoger a niños y mujeres, pero no entiendo la exclusión de los hombres jóvenes.
Debemos explorar nuevos caminos para dar cabida social y laboral a estas personas que emprendieron la aventura para una vida mejor. Comparto humildemente mi experiencia: llevo acogiendo personas migrantes desde 2014 y vivo con ellos en comunidad desde 2016. He acompañado a comunidades migrantes, familias y personas desde 2011, tras una experiencia en Centro África de seis meses trabajando como enfermero. En este tiempo he podido aprender -y sigo aprendiendo- la verdadera necesidad de estas personas, que a la vez es una oportunidad para nosotros y que, en mi opinión, no tiene que ver con simplemente ayudas económicas propias de un asistencialismo paternalista, sino con un plan de acogida integral donde tengamos en cuenta las extraordinarias capacidades de estos hermanos y hermanas.
Tenemos un deber con estas personas, pero es que además tenemos una necesidad de repoblar nuestra “España vacía”, de ampliar y rejuvenecer nuestra población.
Voy más allá: después de mi experiencia acogiendo, creo que la acogida humanitaria actual es un parche y no una verdadera solución al problema migratorio, ya que no fomenta la inclusión social, sino que prolonga en la persona que migra un interminable estado de ilegalidad e incertidumbre, una terrible angustia por conseguir “los papeles”.
Tenemos una preciosa oportunidad para demostrar que somos un país garante de los derechos humanos y constitucionales.
No dejemos de abrir puentes por miedo o ignorancia. Que no nos convenzan de que los seres humanos no podemos buscar la dignidad, la plenitud y la felicidad hayamos nacido donde hayamos nacido.
Daniel Almagro
Militante de M+J en Madrid