¿Qué tenemos que aprender del continente africano?
Hoy, 5 de Mayo, estamos de “resaca” de las elecciones en la Comunidad Autonómica de Madrid. Toca valorar resultados, analizar consecuencias, etc… pero a nosotros, un partido con espíritu internacionalista y deseosos de construir una ciudadanía global, no se nos escapa otra fecha, si cabe más importante en el calendario: Es el día Mundial del Patrimonio Africano. Y es que, África, el continente en su conjunto más maltratado por el resto del globo terráqueo posee, sin embargo, un patrimonio -en todos los ámbitos- tan rico y precioso que tiene todo el sentido que se dedique al menos una jornada de cada año a recordarlo. Nosotros -que siempre hemos tenido muy acentuada nuestra vocación “africanista”- queremos hacer nuestro particular homenaje a este querido continente. Le hemos pedido a 14 personas -afiliados y simpatizantes- originarios o con gran relación con África, que nos respondan a esta significativa pregunta: “¿Qué tenemos que aprender de dicho continente?”.
Estas son sus 14 respuestas. Para disfrutarlas, enmarcarlas… y hacer de ellas horizonte de construcción político. Porque si aprendemos estas hermosas elecciones…un mundo más justo, humano, solidario, sostenible y pacífico estará mucho más cerca.
Aprendamos de África.
“África es el lugar de la belleza de la diversidad que convive en armonía”
Alba Duchemin, afiliada, voluntaria en Camerún y Marruecos, trabajadora en ONG de Cooperación al Desarrollo
Creo que podemos aprender muchas cosas de África y sus personas, que no es un país como muchos piensan, sino 54 países con gran variedad de cultura y de historia. Lo más importante es aprender de las personas con nombre y apellido, de la experiencias de vida particulares de creatividad, lucha por salir adelante, esperanza y cuidado de quien lo necesita. Por destacar dos aspectos concretos de aprendizaje, destaco la belleza de la diversidad conviviendo en armonía y la fuerza de la familia.
La diversidad de un continente rico en naturaleza, recursos naturales, cultura, lenguas, folclore… Este respeto y esfuerzo por mantener las tradiciones dejando la herencia a las generaciones más jóvenes. El sentir de su arraigo a la vez que la potencia de la acogida en la diversidad de varias culturas juntas son muy fuertes.
Respecto a la fuerza de la familia, es de los mejores aprendizajes que desde mi vivencia personal he podido experimentar. El respeto a las personas mayores de la familia, contando con su consejo y dándoles su sitio en la sociedad. Para la mayoría de personas africanas la familia va por delante de todo, se habita en el mismo espacio durante mucho tiempo y se cuenta con el apoyo y protección de hermanos y hermanas al mismo nivel que de primos y primas. Es un gesto de respeto y de amistad el preguntar por la familia de la persona con la que nos encontramos y presentar la propia es signo de cercanía y cariño.
“En África nunca olvidamos el esfuerzo, las luchas, la sabiduría que representan nuestros mayores”
Augustín Ndour, afiliado senegalés. Primer candidato a la presidencia del Gobierno de España de la historia de origen africano.
En este día del patrimonio africano si se me pregunta que es lo que tenemos que aprender de África, mi respuesta es obvia dado que el mayor patrimonio que tiene África es su gente.
Podría dedicar un tiempo infinito a hablar de cada uno de estos grupos: las mujeres africanas, la juventud africana, la infancia africana…Y, cómo no, de las personas ancianas africanas.
De hecho, por el contexto social en el cual hemos vivido este último año me voy a detener un poco en esas últimas.
Empezaré con una cita del sabio y escritor Amado Hampate Bâ: “Un viéllard qui meurt, est une bibiothéque qui brûle”. Es decir, “un ancian@ que muere es una biblioteca que se quema”.
Y es que, el respeto en mi continente a las personas mayores roza cuasi la veneración. Ello se debe al reconocimiento que nuestra sociedad les profesa por todos sus sacrificios y luchas, por su sabiduría acumulada a lo largo de los años y por ser garantes de la transmisión de los valores ancestrales. Por todo ello merecen ser cuidados, mimados y cuasi venerados. No entraré en detalles pero la pandemia nos reveló lo que muchos sospechábamos: lo mal que cuidamos de nuestros mayores.
“En África se encuentran motivos de alegría donde aquí sería algo impensable”
Daniel Almagro, afiliado, misionero diocesano laico en el sur del Chad.
Del continente africano. debemos aprender mucho, aunque en África se viven realidades muy distintas y generalizar no está bien. Pero si hay que hacerlo, yo diría que tenemos mucho que aprender de la naturalidad con la que aceptan la vida y, al aceptarla con lo bueno o no tan bueno, se liberan del sufrimiento y encuentran alegría donde aquí sería algo impensable. Allí la muerte y las carencias pueden ser algo cotidiano, pero siempre hay tiempo para la alegría en buena compañía, algo que desdramatiza su vida por muy dura que pueda ser, liberándoles de gran parte del sufrimiento.
Otra cosa que admiro del continente africano y que sería bueno aprender es su fe. África es creyente hasta el tuétano. Su espiritualidad lo anega todo, viviendo a un Dios cotidiano al que agradecen cada segundo de vida. En África existen muchas religiones, pero también una espiritualidad única que se aferra a la fe como algo natural. Pueden ser cristianos o musulmanes pero cada lugar tiene su espiritualidad, los antepasados conviven con ellos, los espíritus del bosque y del agua se respetan. Esto hace poder hablar de Dios con una naturalidad que aquí sería imposible.
“En África se viven con intensidad nuestros principios y valores fundamentales”
Gilbert Gouba, afiliado, de Burkina Faso
Tenemos que saber que África es el continente más pobre del mundo… aunque lo cierto es que es el más rico, ya que está siendo explotado por países de otros continentes, por el “hombre blanco” que les roba su dignidad… y que, a menudo, lo ha hecho convertirse en un infierno.
Eso se traduce en injusticias como la corta esperanza de vida -y la gran cantidad de personas que mueren por hambre-, la existencia aún del fenómeno de la esclavitud, la falta de acceso a la sanidad, la educación, el agua potable de una gran parte de la población, la desigualdad enorme, etc.
Sin embargo, tenéis que saber que, aún así, África tiene unos principios y valores fundamentales, que se viven con intensidad:
- Los Jóvenes respetan a las gentes mayores
- La sociedad respeta las costumbres
- Los africanos tienen una fe profunda, en el Dios en el que crean, y la mantienen incluso cuando las cosas van mal;
- Muchos de los niños africanos están acostumbrados de andar sin zapatillas hasta los 12 años o más, y muchas personas han aprendido a vivir con el hambre… eso habla de su fortaleza y su capacidad de soportar el sufrimiento;
- En África están acostumbrados a compartir habitaciones entre 6 y 10 personas, que habla de la importancia del compartir y la convivencia.
“La norma básica africana es la “vida comunitaria”, frente a cualquier individualismo”
David Aguilera, simpatizante, misionero comboniano seglar en Etiopía
Dos intensos años en Etiopía me están haciendo abrir los ojos de manera muy diferente a como lo hacía cuando llegué. Muchas son las enseñanzas que me llevo bien “guardaditas” en el corazón. Pero si tengo que compartir una, quizá la más importante, propongo hacerlo mediante una situación que me ocurrió.
En uno de nuestros proyectos, dar alimento diario a centenares de niños en situación de vulnerabilidad, contamos con voluntarios de la ciudad donde los desarrollamos, puesto que tenemos el convencimiento de que África necesita de su gente para avanzar.
Tras realizar el trabajo, siempre ofrecemos a dichos voluntarios comida y bebida para agradecerles la ayuda prestada. En el momento de comer, muchos conocidos de ellos que no se involucraron en el trabajo se acercan, y ellos los invitan a comer de su propio plato, “del plato que ellos habían ganado merecidamente con el sudor de su frente”.
Constantemente les sugerimos que no caigan en esa “injusticia”, puesto que ellos estuvieron trabajando y los conocidos no; o que, en caso de que quieran comer, hay trabajo para todos los otros, y podrían implicarse si quisieran. Ellos lo seguirán haciendo en todas y cada una de las ocasiones.
No es que ellos los vean completamente justo, pero está claro que partimos de visiones del mundo completamente diferentes.
En la sociedad europea y americana, el individualismo nos lleva a entender que cada cual debe ganarse lo que justamente obtenga del sudor de su frente. Los africanos también luchan por vivir de su trabajo, pero su máxima básica es la “vida comunitaria”. Por encima de la “supuesta injusticia” de dar al que “no se lo merece” está la de mantener, reforzar y agrandar la comunidad, la “familia extensa”.
Para ellos, el grupo es su fin último, el lugar donde van a crecer y sentirse parte, el principio quizá más importante.
La palabra “Ubuntu” es la máxima de vida para muchos países de África; es la frase de “yo soy lo que soy en función de que todas las personas somos”, o, “yo soy porque nosotros somos”.
Ese principio les hace entender la vida de una manera muy diferente, y, por tanto, el concepto de lo que es justo (justo es aquello que hace que todos tengamos, seamos y gocemos de una buena vida).
Si fuésemos capaces de entender esa idea de solidaridad universal el mundo enfocaría sus esfuerzos en alcanzar una fraternidad que nos acoja a todos desde el bien común.
“Aprendamos de África el sentido permanente de agradecimiento a la vida”
Gora Sar, afiliado, senegalés
La primera cosa que tendríamos que aprender de África es la hospitalidad, el compartir: el pueblo africano vive con el compromiso de ayudarse entre ellos. «El rico ayuda al más necesitado» porque en realidad, todos somos pobres. Depende del punto de vista de cada uno.
También la educación, el respeto hacia los mayores, el darles el valor que se merecen.
Por otro lado, el pueblo Africano en un pueblo valiente, que sabe enfrentarse a las situaciones más difíciles, saliendo reforzados de ellas, demostrando así una capacidad de superación y creatividad.
Otra virtud muy importante es que de pequeños nos enseñan el sentido del perdón, perdonar desde dentro.
Así mismo, aprendemos a llenar el vaso de alegría. Cada día que nos levantamos tenemos algo que agradecer a la vida.
Por último, la unidad familiar. Se educa para que la familia está unida.
Nos educan a ser uno mismo y confiar en ti.
“África nos enseña el arte acoger, de hermanar”
Mª Ángeles Medrano, simpatizante, misionera claretiana en el Congo
La acogida. Es algo cultural en los pueblos de África, en sus gentes el ser solidarios con todos. Cuando se acerca a sus puertas una persona, sea o no africana, la primera impresión es de sentirte “a gusto”. El extraño o visitante es acogido (yo diría “hermanado”). Entras en una casa y te ofrecen lo mejor que tienen y, en muchas ocasiones, te dan lo que ellos tienen, incluso para comer. Y todo esto con una alegría contagiosa. En esa alegría se está dando y acogiendo en la sencillez del niño que nada tiene y se abre a cualquiera.
La solidaridad. En mis años de África he podido sentir el espíritu solidario que habita en el corazón del pueblo africano. Me impresionó muchísimo cuando llegamos, por primera vez a una misión para vivir allí. Todas las mamás venían a acogernos con una gran palangana de maniok, maíz, cacahuetes, verduras… en la cabeza. Sabían que, como no teníamos campos cultivados, tampoco tendríamos que comer. Así que, durante un largo tiempo nunca nos faltó la comida.
Lo mismo ante un acontecimiento doloroso: ellos están contigo. No solo comparten el sufrimiento, estando a tu lado, sino que vienen en tu ayuda materialmente con lo que ellos tienen.
“La mujer es el motor de África”
Ismael Valdivia, afiliado, ex-Director de Proyecto de Cooperación en Marruecos
He tenido la suerte de vivir casi tres años en Tánger, Marruecos. Allí trabajé en un proyecto de Cooperación, con niñas (sobre todo) hijas de madres solteras (aunque también había otro tipo de familias, como es lógico).
Allí aprendí muchas cosas, recibí mucho más de lo que pude dar y vine mucho más enriquecido de lo que nunca me podía haber imaginado. Aprendí que la mujer es el motor de África, en concreto de Marruecos. Que ellas viven, trabajan, se entregan, sufren, aguantan, sostienen, ofrecen, crean… y siempre desde la generosidad y el espíritu de entrega por su gente y por toda la gente. Aprendí que eres bien recibido y acogido, aunque no compartas la fe, el idioma, la nacionalidad. Nunca me sentí excluido por no ser marroquí ni musulmán (siempre hay excepciones; algún personaje que se salía de la acogida. Pero más pronto que tarde el resto de la gente te hace sentir que lo normal es lo bueno: la acogida). Aprendí también que el idioma nunca es una barrera, y que a pesar de lo difícil que puede ser el árabe, se puede aprender y, si no lo hablas bien, da igual, el que quiere entender, al final lo hace y el que se quiere comunicar lo consigue. Aprendí que no hay mayor felicidad que la de una persona que no tiene casi recurso económicos, pero se siente la más feliz del mundo pudiendo comprar dulces y ponerte un té cuando vas a visitarla. Aprendí que el té sabe mucho mejor compartido en una casa humilde que en cualquier lugar. Aprendí que te puedes pasar las horas mirando al horizonte en el «mirador de los sueños» soñando una vida mejor y luego volver a tu vida ordinaria y buscarte la vida de mil maneras para llevar dinero a casa y seguir sobreviviendo y todo, incluso, con una sonrisa en la cara. Aprendí que puedes ser como eres, sin perder tu esencia, en una cuidad, un país, un continente tan diverso y maravilloso.
Sin duda mi paso por ese rincón de África ha sido una experiencia inolvidable y sin duda volvería allí. Y sin duda me encantaría que la vieja Europa y sus países, aprendieran tanto y tan bueno de la hermana África. Ojalá nos vivamos como hermanos más pronto que tarde y construyamos entre todo un mundo más justo y fraterno.
“De África se aprende a reunirse, festejar y pensar juntos para construir utopías”
Juan A. Macías, afiliado, profesor de estudios árabes y especialista en el Norte de África
En cualquier lugar de El Cairo, Argel, Casablanca, Dakar o Abiyán puede percibirse la fuerza y el orgullo de un pueblo ancestral, comprometido, luchador e inmensamente rico y plural. Un pueblo hecho de pueblos a su vez problematizados, violentados, cosificados y mirados con desconfianza y superioridad. Tenemos que aprender a oír sus acentos, a percibir sus diferencias, a ser interpretados e interpelados desde su historia y sus culturas, a ampliar nuestra mirada común con el sur como norte, como ya lo plasmara el cartógrafo norteafricano y andalusí al-Idrīsī en el siglo XII. Porque nuestro mundo y nuestro futuro no se entienden sin el “ser” y el “estar” de África. Tenemos que aprender a encontrarnos con África en sus voces, en sus palabras, a “descolonizar la mente” (Ngũgĩ wa Thiong’o, Kenia), a hablar en wolof, en árabe, en amárico o en swahili (o intentarlo), a leer a sus poetas y a sus intelectuales, a convertir la esperanza en canciones, a escuchar “el grito del hombre africano” (Jean-Marc Éla, Camerún) y aprender del vuelo de sus mujeres (Nawal al-Saadawi, Egipto), a querer a la tierra y cuidarla como una madre, a pisarla firmemente y luchar contra las guerras interesadas y el expolio, contra los colonialismos, las injusticias y las desigualdades, a reunirnos, festejar y pensar juntos para construir utopías hechas de “solidaridad tricontinental” (Mehdi Ben Barka, Marruecos) y de “afrotopías” (Felwine Sarr, Senegal).
«África nos enseña hermandad, ingenio, innovación, respeto»
Habib Diallo, afiliado, de Guinea Conakri
Hermandad
Puede sorprender a los no africanos, que se forman su opinión de los africanos a partir de las noticias sobre guerras y justicia callejera, pero en la vida cotidiana tenemos un sentido de la fraternidad muy arraigado: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Así son las cosas ; no tenemos elección. Si alguien nos pide ayuda, le ayudamos. Hay excepciones, por supuesto, pero en general esta es la regla tácita. Si una mujer está llorando en la calle, no miramos hacia otro lado; le preguntamos qué le pasa. Si fallece un familiar, no se le dejará a su suerte ni tendrá compañía sólo el día del funeral; siempre habrá alguien que le ayude y acompañe en su dolor, y nadie aducidará una agenda apretada, porque las muestras de afecto y respeto están por encima del dinero o de cualquier reunión. Siempre buscamos tiempo para los demás. Nuestra relación con los demás se refleja en todo lo que hacemos, y a veces se interpreta como una falta de eficacia o de seriedad. ¿Pero qué es más importante que nuestra relación con los demás? Esta es una de las razones por las que a muchos africanos les resulta difícil vivir en una sociedad más individualista.
Ingenio
El masivo corte de electricidad en Nueva York causado por el huracán Sandy fue noticia en todo el mundo; millones de hogares quedaron sumidos en la oscuridad. Hable con cualquier persona de cualquier país de África sobre los cortes de electricidad y le dirá que la vida no se detiene. No nos paralizamos cuando las cosas no funcionan, o no funcionan como queremos. No siempre somos ingeniosos por elección: simplemente no podemos estar a merced de sistemas que sabemos que no son fiables, pero eso nos prepara para ser flexibles en muchas circunstancias. En Occidente, las personas son tan dependientes de los sistemas en los que confían como algo natural, que cuando uno de esos sistemas falla o surge una pequeña incertidumbre dentro de él, toda la máquina se detiene, (Me he dado cuenta de que cuando un sistema deja de funcionar en Europa o Estados Unidos, la magnitud del daño se mide por el número de horas de trabajo y puntos de PIB perdidos, lo que lleva a preguntarse si es el sistema el que está al servicio de la gente, o si es al revés). Nuestros sistemas, por fallar, suelen poder fallar sin provocar una catástrofe. Cuando se va la luz, una estufa de gas puede servir, y cuando no hay gas, sacamos el carbón y las cerillas. Y si eso no funciona, se vuelve a la fraternidad.
Innovación permanente
Cuando tienes todo lo que quieres, no necesitas nada. Los africanos, en cambio, necesitamos más de lo que tenemos, por lo que a menudo nos vemos obligados a conformarnos con lo que tenemos a mano. Nos faltan todo tipo de cosas y no tenemos toda la maquinaria para producir todo lo que necesitamos. Por eso el reciclaje y la recuperación forman parte de nuestro estilo de vida y se nos da tan bien. Se nos da bastante bien encontrar múltiples usos para las cosas que tenemos, como utilizar nuestras bicicletas como cargadores de móviles.
Ahora que nuestras economías van mejor, el nivel de vida aumenta y las clases medias crecen, espero que no abandonemos este hábito sólo porque ahora podamos permitirnos comprar cosas nuevas. Eso sería un gran paso atrás, sobre todo porque incluso los que están a la vanguardia de la tecnología saben ahora que el único futuro sostenible para todos nosotros pasa por la reutilización y el reciclaje constantes de los residuos.
Respetar
Los turistas que visitan los países africanos suelen hablar de la amabilidad de los africanos. Por supuesto, esto es en parte la cortesía que se muestra a los turistas en todo el mundo. La amabilidad se nota más cuando estamos de vacaciones, lejos del estrés del trabajo y la vida cotidiana, pero esto no lo explica todo. En general, nuestros padres nos enseñan a mostrar cortesía y respeto a quienes lo merecen.
No faltamos al respeto a los mayores y los hijos no contestan a sus padres (hasta el punto de que a menudo apenas hay diálogo entre padres e hijos). El respeto sigue siendo un valor básico fundamental.
¿Qué más crees que tenemos que enseñar al mundo?
“África no es rencorosa”
Manuel Pérez, afiliado y con experiencias en diferentes países de África
África no es rencorosa. Absolutamente nada. Podría serlo, pero no lo es. El Primer Mundo le debe a este continente gran parte de lo que es. Nuestro privilegiado estilo de vida está afianzado en cómo nos hemos relacionado con África. En la Conferencia de Berlín en el año 1884, varios países europeos dibujaron y se repartieron las fronteras de los países africanos, de donde empezaron a extraer sus recursos de manera poco ética: cacao, diamantes, yacimientos de petróleo, minerales como la bauxita, manganeso, níquel, platino, coltán, etc.
A lo largo del siglo XIX, estos países africanos, se independizaron de las fronteras físicas, pero no de las invisibles, las que mueven hilos sin que se vean, las que condenan a sus países con deudas impagables, las que esquilman sus recursos sin que sus gentes puedan ni sepan detenerlo, las que subyugan a personas a depender de la caridad exterior por los mismos que los han condenado, las que obligan a familias a jugarse los ahorros de toda una vida para emprender una travesía mortal soñando con un mundo mejor.
Esto es lo que he aprendido de África, la lucha por la vida, el sueño de estar vivo, el coraje para enfrentarse a un viaje por mar con rumbo desconocido, la valentía y la esperanza de aspirar a algo más que a una muerte silenciosa. De todo lo que he aprendido y seguiré aprendiendo de este bello continente, algo me llama especialmente la atención: África nos ha enseñado el valor del perdón, porque, a pesar de todo, no guarda ningún rencor a los que la condenaron a vivir así.
En África se aprende lo que es la dignidad y la resiliencia”
Pilar Martínez, simpatizante y cooperante en varios países africanos
El continente africano es énorme. ¡¡Solo uno de sus países, la RDCongo, es tan grande como Europa!!
Difícil de reagrupar todo lo bueno y lo malo de un continente tan rico y diverso. ¡Hay muchas “Áfricas”!
Mi experiencia en el continente africano se resume a algunos años de vida y trabajo como cooperante en Marruecos, en Ruanda y en la RD Congo.
Digamos que he aprendido a ser persona en África.
Y aunque los tres países en los que he estado son muy diferentes, en los tres he aprendido lo que es la dignidad. Congo en particular me ha enseñado el sentido de la palabra resiliencia. ¡Lo que puede aguantar un ser humano madre mía!! Y sin perder el sentido de la alegría y de la comunidad. Eso es lo que diferencia a ese país del resto de los países de la región de Grandes Lagos, que han vivido y viven en pleno conflicto armado.
En Congo se sigue contando con la familia y con los vecinos para celebrar, pero también para resolver los problemas. Los proprios y los ajenos. Porque como dicen los congoleños: «nous sommes ensembles» (“estamos juntos”)
“África siempre es un lugar para el encuentro”
Manuel Ogalla, misionero claretiano en Zimbabwe
Tras casi 10 años viviendo en Zimbabwe, sin duda la gran lección que he aprendido de este pueblo es la acogida y la hospitalidad. El hogar no es un coto privado cerrado a todo el que no comparta lazos sanguíneos, afectivos o de negocios con los moradores del lugar. Al contrario, el hogar, la casa, la aldea… es un lugar de encuentro inspirado por un estilo de vida, podríamos decir, de puertas abiertas. El espíritu de acogida y hospitalidad articula cada palabra y cada gesto. El visitante, el forastero, el “extraño” que llega de pronto es una bendición para la casa, por eso lo primero que se hace es invitarlo a pasar, a entrar, a formar parte del ámbito habitable; se le ofrece una silla para que descanse del camino y se siente, porque las cosas importantes se discuten sentados; y se le ofrece algo de beber, como símbolo performativo de una sincera entrega de lo que se tiene… un verdadero dinamismo inclusivo. La acogida y la hospitalidad de este pueblo nos enseña a descubrir en el rostro del “otro” una posibilidad nueva para crecer y descubrir el mundo que nos rodea. Un proverbio Shona resume muy bien este valor: “Muenzi haapedzi dura” (“el visitante no acaba con el granero”). La acogida y la hospitalidad nos enriquece a todos.
“En África siempre hay lugar para la esperanza”
Sandra Fernández, afiliada, miembro de ONGD con presencia en Madagascar
Madagascar es uno de los países que componen el vasto continente africano y el cual he tenido la suerte de conocer gracias a mi trabajo en una ONG de cooperación internacional al desarrollo, Fundación Agua de Coco. Madagascar es un país de contrastes. Posee una riqueza natural impresionante albergando el 5% de la biodiversidad mundial, pero a su vez es el cuarto país con más casos de malnutrición crónica del mundo donde el 78% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. En términos de educación y protección de los derechos básicos de la infancia el índice de escolarización en 2019 era inferior al 37% y casi el 50% de los niños y niñas menores de edad trabajan en sectores como la minería, la industria de la piedra y la agricultura.
Aunque los datos son demoledores, no caemos en el desánimo. Detrás de estas cifras hay historias reales de superación cargadas de esperanza. Como las de nuestras beneficiarias, chicas en su mayoría, que viven en nuestro hogar social de Tulear, al sur de Madagascar. Todas ellas provienen de familias sin recursos y muchas de ellas han sufrido maltrato y abuso desde edades muy tempranas y a pesar de todo son conscientes de la importancia de la educación, ellas quieren ir a la escuela para tener una oportunidad y poder aspirar a una vida mejor.
Estos niños y niñas a su corta edad y viviendo en un contexto en el cual no se respetan sus derechos básicos son un ejemplo de resiliencia y de capacidad de superación a través de la educación como motor de desarrollo sostenible.