La ONU ante su "hora de la verdad": renovarse o rehacerse
La Organización de las Naciones Unidas -ONU- es el mayor organismo internacional civil que existe en la actualidad en nuestro mundo. Lo componen 193 países de los 197 que reconoce en todo el planeta , y nació al finalizar la segunda guerra mundial contando, entre sus principales propósitos, el “mantener la paz y la seguridad internacionales” y conseguir la solución a conflictos entre Estados por medios pacíficos (Artículo 1).
Por todo lo anterior, en momentos históricos como los que estamos viviendo y de los que nuestro partido ha hecho un breve diagnóstico que podéis leer aquí: “Suenan tambores de guerra mundial”, la mirada de la humanidad se dirige a la ONU y se pregunta cuál es, entonces, el problema que no le permite a ella y su diplomacia, ser garante de la paz o de otros procesos de desarrollo o progreso mundiales.
Una parte importante de la respuesta -aunque posiblemente no la única-, parece estar claramente en la constatación de que su organización, su funcionamiento y su toma de decisiones NO SE RIGE POR PRINCIPIOS PURAMENTE DEMOCRÁTICOS. Algo que, a los ojos de muchas entidades, organizaciones y personas no deja de ser un escándalo.
Nos referimos al famoso “derecho de veto” de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, China y Francia. Ello hace que, al fin y al cabo, solo salen adelante aquellas resoluciones que además de contar con la mayoría de apoyos, no cuentan con el voto en contra de ninguno de esos cinco estados, que son los más fuertes e influyentes, lo que implica muy pocas garantías de que la política internacional esté presidida por la igualdad y la justicia universal. Más aún, cuando esa dinámica se traslada a otras instituciones mundiales poderosas afines a la ONU (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional…). Esta falta de democracia en la “arquitectura internacional” venimos denunciándola hace tiempo desde Por Un Mundo Más Justo.
LA SARTÉN POR EL MANGO
Para profundizar en esta corrupción intrínseca en el buen funcionamiento de la ONU, podemos leer otro artículo de su Carta en la que afirma que “a fin de asegurar acción rápida y eficaz por parte de las Naciones Unidas, sus Miembros confieren al Consejo de Seguridad la responsabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad internacionales, y reconocen que el Consejo de Seguridad actúa a nombre de ellos al desempeñar las funciones que le impone aquella responsabilidad” (24.1). Además, para que dicha responsabilidad pueda ser ejercida con éxito, proporcionan al Consejo de Seguridad la obligatoriedad de sus mandatos en el artículo 25, que dice lo siguiente: “Los miembros de las Naciones Unidas convienen en aceptar y cumplir las decisiones del Consejo de Seguridad de acuerdo con esta Carta.”
Habría que preguntarse, entonces, qué ha hecho el Consejo de Seguridad ante los conflictos bélicos que estamos viviendo en la actualidad y de qué forma ha afrontado su responsabilidad de mantener la paz entre los Estados involucrados.
Varias han sido las Resoluciones de obligado cumplimiento que el Consejo de Seguridad ha tratado de aprobar y de llevar a cabo en los últimos tiempos. Entre ellas, nos encontramos algunas tan significativas como estas:
- Proyecto de Resolución S/2023/970 de 8 de diciembre de 2023, en el que se exige a Israel un alto el fuego inmediato sobre Gaza. De los 15 miembros del Consejo 13 votaron “sí”, 1 votó “no” y 1 se abstuvo.
- Proyecto de Resolución S/2022/720 de 30 de septiembre de 2022, de condena de la invasión de Rusia a Ucrania, y la exigencia de retirada inmediata de Rusia. De los 15 miembros del Consejo 10 votaron “sí”, 1 votó “no” y 4 se abstuvieron.
La pregunta es, ¿por qué no se aprobaron, si los proyectos de Resolución contaban con el respaldo de la mayoría del Consejo de Seguridad? La respuesta la encontramos en el artículo 27 de la Carta, que establece el modo de aprobación de las Resoluciones del Consejo:
“Las decisiones del Consejo de Seguridad sobre todas las demás cuestiones serán tomadas por el voto afirmativo de nueve Miembros, incluso los votos afirmativos de todos los miembros permanentes; pero en las decisiones tomadas en virtud del Capítulo VI y del párrafo 3 del Artículo 52, la parte en una controversia se abstendrá de votar.”
Esta expresión de “incluso los votos afirmativos de todos los miembros permanentes” significa que, si alguno de ellos se abstiene o vota en contra, la Resolución no puede ser aprobada. Es lo que se conoce como derecho de veto.
REFORMAR… O EXTINGUIRSE
La solución obvia, para que las relaciones diplomáticas entre los Estados Miembros de la ONU puedan fructificar y tener resultados reales desde una democracia más plena -que, a buen seguro, tampoco será perfecta-, es cambiar este artículo de la Carta de Naciones Unidas. Pero ello implica una dificultad máxima, ya que, como se regula en el artículo 108 de la misma, las reformas tienen también que contar con el apoyo de todos los miembros del Consejo de Seguridad
Ante este muro legal, se podría invocar la Resolución 377A, aprobada por la Asamblea General en 1950, que establece un mecanismo para sesiones de emergencia, ante la inoperancia o irresponsabilidad primordial para mantener la paz y, en en esas sesiones, se podría proponer la reforma de los artículos 27 y 108.
Pero, es más que probable que, ni aún así, prosperara dicha reforma, por lo que solo cabría la inmediata constitución de una comisión para desarrollar de forma urgente los Estatutos de una nueva organización mundial que, basada en principios democráticos, pueda garantizar la paz y la cooperación internacional entre todos sus miembros.
Esta medida, al no ser una reforma, sino una simple recomendación de la Asamblea General se podría aprobar sin los votos de los Estados Miembros permanentes y, en cualquier caso, supondría una oportunidad para los Estados Miembros para preparar su posterior integración en una nueva Organización Mundial, que sería el primer paso para un nuevo orden mundial, más justo y democrático. Borrón… y cuenta nueva.
Por eso, instamos al Estado español, a la Unión Europea y a la propia Comunidad Internacional, a que la apoyasen si llegase el momento.
Sabemos que el reto es enorme, al igual que las dificultades para lograrlo. Pero, como se intuye en el nombre de nuestra formación política, en M+J nos unimos personas “ambiciosas” -en el mejor sentido de la palabra- por naturaleza. Y la ambición de la justicia y la fraternidad universal no hay quien la pare. Contamos contigo para hacerlo realidad.
Por Un Mundo Más Justo