Los tiempos perdidos en la política.
Canta Manolo García que “nunca el tiempo es perdido”. Y quien firma este artículo es convencido defensor de ello. Además, lo remito tanto a los tiempos vitales y personales… como a los sociales y organizacionales. Siempre y cuando se den ciertas condiciones, claro está (voluntad, mirada constructiva, actitud positiva, etc).
Sin embargo, en lo referente a los tiempos políticos se me impone la triste realidad contraria: ¡Cuántas veces se pierde el tiempo!
Obviamente, no es justo generalizar. Muchos procesos políticos y, sobre todo, muchas personas políticas -a menudo hasta el desgaste, el vaciamiento personal o, incluso “el martirio” político- han dado frutos preciosos de justicia, igualdad, progreso, desarrollo… y humanidad. De hecho, en nuestro país tenemos buenos ejemplos de excelentes y bien aprovechados procesos políticos. La transición es, para muchos, uno de esos. Un tiempo donde, con esfuerzo y deseos de buscar el bien común, conseguimos superar una etapa dura y oscura para una enorme parte de la población. Entre otras cosas, por la inteligencia colectiva liderada por personas con afán constructivo y capacidad de renuncia (siempre me ha sorprendido y admirado lo que nos cuentan, sobre cómo 7 personas muy diferentes, consiguieron reunirse para escribir nuestra Carta Magna).
El elaborar una constitución, instaurar un régimen democrático, organizar elecciones libres, conseguir redactar un estatuto de los trabajadores, y muchos otros hitos de aquella época son referencias de tiempos bien invertidos. Muy bien invertidos.
De entonces a hoy, encontramos en nuestra historia reciente un elenco nutrido de conquistas sociales, de las que hemos de sentirnos muy satisfechos, y muy agradecidos a sus artífices, quienes han dejado tras sí regueros de sudor, lágrimas y hasta vidas personales.
Pero también es cierto que, cuanto más cercano es el lapso de tiempo en el que fijamos la mirada, más difícil nos resulta ponernos de acuerdo en cuáles son esos “tiempos políticos fructíferos” y cuáles no. Quizá porque es más fácil evaluar en la distancia que en la proximidad. Quizá porque se lleve años avivando en nuestra sociedad el fantasma de la polarización, las fracturas irreconciliables y las heridas sin curar ávidas de revanchismo, e incapaces de reconocer los éxitos ajenos.
Sea como sea, la triste tesis que pongo sobre este papel es que, en la actualidad… se está perdiendo soberanamente el tiempo en política. Huele a que se va a cumplir aquella máxima de Séneca: “cuando lleguen al final, entenderán que estuvieron muy ocupados en no hacer nada”.
Y, parte de la tragedia es que, muy posiblemente, depende de quien lea este texto achacará ese “no hacer nada”, la ineficiencia, o la vaciedad de los comportamientos e iniciativas a una parte del espectro ideológico de nuestro país. Siempre son “los otros” los que yerran en su proceder, ponen piedras en el camino o, simplemente “destruyen más que construyen”. De “ellos” es el tiempo perdido.
Pero voy más allá. Creo que esto de perder el tiempo en política es algo que se extiende por encima de siglas e ideologías.
Hoy, como ciudadanos y ciudadanas, tenemos el derecho y la responsabilidad de denunciar que nuestros políticos están perdiendo el tiempo miserablemente. Embarullados en dimes y diretes que enturbian el escenario político, que desvían la atención sobre temas colaterales, que intoxican los ánimos y que genera visceralidad, hastío o agresividad.
El actual momento postelectoral es uno de ellos. Máxime si finalmente se repiten las elecciones, que ya no es una posibilidad extraña. Si fuera así, volveríamos a vivir más de 6 meses -las elecciones generales se convocaron el día después de las municipales y autonómicas del 28 de mayo- donde poco se ha podido hacer, dadas las lógicas limitaciones que, nuestro articulado constitucional, concede a los gobiernos transitorios o interinos ¡6 meses de inacción política! ¡6 meses para volver a gastar dinero en campañas, propagandas…!
Si a ello, además, le añadimos la cantidad de acontecimientos mediáticos que, desde hace años, absorben la atención de nuestros políticos, deseosos de copar con sus declaraciones las cabeceras de diarios y redes… ¡qué pérdida de tiempo, de energías, de dinero! Con razón muchas personas ven en la política un aparato endogámico, incapaz de encontrar soluciones a sus problemas y con poca utilidad si no es para los propios intereses partidistas.
Aún así, habrá quienes vean en todo este tiempo posibilidades de avance, de posibles pasos a dar, de ir preparando estrategias, de negociaciones…. Sí. Todo eso puede ser posible o, a la postre, irremediable.
Pero por eso mi tesis va más allá: la política pierde el tiempo no sólo por circunstancias como las actuales de “vacíos de poder” o baja gobernanza, sino porque, además de no conseguir grandes consensos necesarios para la convivencia y el progreso compartido, no se centra en temas nucleares y urgentes: las miles de personas que viven sin hogar; la cantidad de familias que ven cómo su economía se deteriora cada semana y cada día -¡nos han vuelto a subir los tipos de interés en el Banco Central Europeo hace unos días!-; el enorme número de personas extranjeras que, aun deseando contribuir a la prosperidad de nuestro país, siguen condenadas a vivir proscritos por su situación de irregularidad; tantas personas mayores que experimentan cada día cómo la sociedad les da la espalda en los años en los que se les debería expresar más agradecimiento; los parados de larga duración que se arrastran desesperados sin saber qué puertas más tocar; los enfermos mal atendidos por listas de esperas interminables; los jóvenes que son cada vez más víctimas del sinfuturo y sinsentido, carnaza para otras alternativas dañinas… Y un largo etcétera.
La política que no invierte su tiempo en primer lugar en solucionar todos esos problemas y dramas flagrantes, para mí -no me lo compréis si no queréis-….están perdiendo el tiempo.
No obstante, yo, uno de los “utópicamente realistas” sigo aspirando a que, de una vez por todas, se deje de perder tanto tiempo político y destinemos todas las fuerzas a construir una sociedad justa, solidaria y fraterna. Ojalá no lo dejemos para mañana…
Luis Antonio Rodríguez Huertas, partido Por Un Mundo Más Justo Granada.