Por una alimentación sana, justa y sostenible

Por una alimentación sana, justa y sostenible.

Es el momento para plantearnos qué tipo de sociedad queremos y eso pasa obligatoriamente por repensar nuestra manera de comer, de producir y de distribuir los alimentos. Queremos y necesitamos que sea más sana, más sostenible y más justa.

Aunque manejamos con soltura sabias sentencias como: “mens sana in corpore sano” (Juvenal), “somos lo que comemos” (Feuerbach), “que la comida sea tu alimento y el alimento, tu medicina” (Hipócrates), “tuve hambre y me disteis de comer” (San Mateo) o “que nadie se quede atrás” (Agenda 2030 de Naciones Unidas), arrancamos la tercera década del siglo XXI sin darle la importancia suficiente a la alimentación, haciendo dejación de funciones en el ámbito público y ejercitando una irresponsabilidad manifiesta y muchas veces nociva en el privado.

No es un secreto el reconocer que en términos generales comemos mal, de forma insana. Los estudios internacionales y nacionales así lo manifiestan y las consecuencias son rotundas. Cerca de 1.000 millones de personas padecen de obesidad y enfermedades evitables por el hecho de alimentarse con dietas inadecuadas. En España más del 60% de la población adulta tiene sobrepeso u obesidad (1). Las dietas se van desviando de las recomendadas por expertos y nutricionistas, en España alejándonos de la dieta mediterránea, por ejemplo.

Pero es que además no somos sostenibles.

La producción de alimentos es completamente dependiente de los combustibles fósiles y contribuye al menos al 25% de los gases de efecto invernadero generados por el ser humano. Una tercera parte de los suelos del planeta los hemos degradado (2), lo que limita su productividad futura. La biodiversidad de los cultivos y de las especies ganaderas se está reduciendo como nunca en las historia de la humanidad. Los jóvenes no quieren o no pueden vivir y trabajar en el campo en las condiciones actuales. Estamos desperdiciando alrededor de un tercio de los alimentos que producimos (3).  Otro problema derivado de nuestro sistema de producción es la resistencia a los antibióticos en procesos infecciosos. Se estima que cuesta la vida de 25.000 personas al año solamente en Europa (4). Esta resistencia se ha generado en gran medida por la utilización de forma masiva de antibióticos en la ganadería industrial.

Y no somos justos. Permitimos que más de 820 millones (5) de personas en el mundo se encuentren en situación de subnutrición, de hambre, como nos recuerda anualmente la FAO. Se da la paradoja de que el mismo sistema que permite trabajos irregulares sin prestaciones sociales, pobreza y precariedad genera algunas de las mayores riquezas mundiales (Walmart o Mercadona). Permitimos, por tanto, que la acumulación de riqueza y poder en el sistema alimentario cada vez se concentre en menos manos (Syngenta, Coca-Cola, Unilever, Nestle, McDonalds…). Está demostrado también que las personas con menos recursos dentro de las sociedades son las que padecen de forma más acusada la obesidad, porque los alimentos insanos suelen ser los más baratos, publicitados y accesibles.

El diagnóstico es claro y los objetivos para revertir la situación son el corazón de la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, firmada en 2015 por todos los Estados miembros de las Naciones Unidas. Se reconoce la insostenibilidad del modelo, la necesidad de realizar transformaciones de envergadura para mantener a flote nuestra casa común compartida, con una utilización equilibrada de los recursos existentes y un cumplimiento efectivo en el acceso a una alimentación saludable para todos. El ODS-2 nos exige llegar al hambre 0 para 2030, el ODS-12, reducir el desperdicio alimentario a la mitad, complementado con muchas otras metas.

Las tendencias que se vienen observando en estos primeros 5 años de Agenda 2030 son profundamente desalentadoras. El mundo está rezagado en su avance hacia el logro de la mayor parte de las metas de los ODS relacionadas con una agricultura sostenible, la seguridad alimentaria y la nutrición. Con el COVID-19 se está complicando en muchos países la situación, existiendo el riesgo de que en zonas como América Latina y el Caribe se multipliquen por tres en un año los niveles de subnutrición.

¿Cómo avanzar desde la política ante este desafío civilizatorio?

Existe mucho trabajo por delante y la necesidad de combinar intervenciones en cada uno de los ámbitos competenciales: Estatales, Autonómicos, Municipales, Europeo y Mundial. A continuación señalamos de forma sucinta los principales caminos y claves que en esta encrucijada deberían considerarse para hacernos avanzar en lógicas de prosperidad compartida:

  • Un freno en la degeneración de las dietas que deben priorizar su componente saludable y su sensibilidad ambiental. Ello significa una reducción del consumo de carne en los “países desarrollados”, de azúcares añadidos, de sal y de grasas saturadas. Significa una revalorización de la dieta mediterránea, un fomento del consumo de legumbres y de cereales integrales. Para ello es fundamental una acción política, cultural y fiscal coordinada, ambiciosa y efectiva.
  • Una transición decidida de los modelos de producción con sensibilidad socio-ambiental. Debe reducirse al mínimo la utilización de fertilizantes de síntesis e impulsarse modelos de producción como el agroecológico. La reforma de la Política Agraria Comunitaria (PAC) que en la actualidad se está ultimando es una enorme oportunidad en este sentido.
  • Es clave revisar la distribución de los beneficios en la cadena alimentaria, tanto a nivel nacional como internacional y poner en valor socialmente la figura de la agricultura familiar para la sostenibilidad del mundo rural.
  • El sistema fiscal debe tener una mirada de impulso hacia lo saludable y lo sostenible. Por un lado facilitando la redistribución necesaria de renta que haga posible el acceso para todos a una alimentación saludable, en este sentido garantizar rentas mínimas para toda la población es un paso fundamental en la dignificación del acceso a la alimentación de los más vulnerables. Por otro, revisando con estos criterios el IVA y los impuestos especiales para favorecer dietas más adecuadas.
  • Es fundamental también avanzar en un proceso de reducción del desperdicio alimentario de forma articulada con los distintos eslabones de la cadena alimentaria.

Todo ello desde un reconocimiento de nuestra ciudadanía global y desde el fortalecimiento de mecanismos internacionales de gobernanza y la cooperación internacional que nos hagan avanzar de forma coordinada y solidaria.

Hay mucho trabajo por delante.

Desde M+J iremos desarrollando posicionamientos y propuestas políticas concretas en cada uno de los ámbitos señalados. Vamos a tratar con rigor la alimentación escolar, las rentas mínimas y ayudas alimentarias, la política agraria comunitaria y su aplicación nacional, las políticas alimentarias municipales, la fiscalidad de los alimentos saludables y no saludables, la educación alimentaria y la limitación de la publicidad , la transición agroecológica, la gobernanza y cooperación internacional.

La tierra grita, las nuevas generaciones también, la España Vaciada se rebela, los empobrecidos siguen padeciendo las peores consecuencias, la pandemia nos está dejando lecciones y se puede percibir una madurez social creciente para poder proponer y aplicar medidas decididas que hagan realidad el derecho a una alimentación saludable, sostenible y justa.

¿Te unes a empujar la rueda por una alimentación más sana, justa y sostenible?


1. Prevalencia de sobrepeso y obesidad en España en el informe “The heavy burden of obesity” (OCDE 2019)

2. Alrededor del 33% del suelo del planeta está moderada a altamente degradado por la erosión, la salinización, la compactación, la acidificación y la contaminación química, según el informe ‘El estado de los recursos de suelos en el mundo’, elaborado por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura).

3. Los países en desarrollo sufren más pérdidas de alimentos durante la etapa de producción agrícola, mientras que en las regiones de ingresos medios y altos, el desperdicio tiende a ser mayor a nivel del comercio al detalle y el consumo. En ambos casos y según fuentes de FAO significando cerca del 33% de lo producido. Esta información procede de un gran estudio que publicó FAO en 2012.  Advertimos por un lado, que es una cifra aproximada, y por otro que medir el desperdicio de alimentos es muy complejo.

4. Comunicado de Prensa del Parlamento Europeo (Junio de 2018)

5. El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo 2019. FAO/FIDA/UNICEF/WFP/OMS.