Ante la destrucción del medio ambiente… la vida.

En este 2021 pudimos por fin admitir la necesidad de que ya es hora de que “hagamos las paces con la naturaleza”. Ya no queda más camino que el de asumir que somos los causantes del primer cambio climático provocado por una de las especies vivientes en este hermoso planeta azul.

Esperamos todos que, si fuimos capaces de destruir el equilibrio, seamos también capaces de revertir el proceso, por lo menos en parte, gracias a nuestra capacidad creativa y, ¿por qué no?, también técnica. Aunque, tenemos también razones para desconfiar. No olvidemos que  esta misma  tecnología, creada por nosotros, ha destruido en una sola generación, la nuestra, lo mismo que la naturaleza ha llevado siglos, milenios, en conformar.

Postergar el debate es agravar todavía más el problema y aplazar las soluciones.

Tal y como dice un informe de la ONU, necesitaríamos 1,6 planetas como el nuestro, para satisfacer  las “necesidades” de producción y consumo.

Así todo, la actual pandemia nos ha permitido ver la fragilidad de nuestra propia vida, tomar cierta conciencia del peligro y alertarnos sobre la vulnerabilidad de un sistema económico que margina a la inmensa mayoría de la población mundial en beneficio de un reducido grupo -el nuestro- que muchas veces ni siquiera se da cuenta de la situación privilegiada en la que vive, y que además no por ello es más feliz.

Con la crisis económica y el desempleo podemos, quizás, estar más cerca de comprender la escasez en la que vive la inmensa mayoría de los seres humanos, sin que ello sea necesariamente sinónimo de infelicidad; muchos sonríen y luchan en su día a día para llegar al siguiente, conscientes de que, en última instancia, la vida es el valor más importante.

El suicidio es típico de las sociedades sin esperanza, que sienten la imposibilidad de un futuro. Se da, por ejemplo, en comunidades indígenas en donde se sienten discriminados y donde su cultura fue postergada. Pero también se da en las ciudades modernas e impersonales, donde lo humano pierde fuerza y se embrutece en la medida en que no hay relación entre lo que se siente, se piensa o se hace.

Hace falta que nos curemos desde dentro, hace falta rescatar esta energía innata que tenemos todos y todas pero que, a fuerza de obedecer sin cuestionar, poco a poco fue reemplazada por el automatismo y el consecuente embrutecimiento.

Pero hay personas que seguimos sin comprender que se asuman sin cuestionamientos los “procesos económicos” que, como las grandes producciones de materias primas, los latifundios, o la famosa eficiencia en la extracción de los recursos, lo único que conlleva a la larga – o a poca distancia- es la extinción de esos mismos recursos. Felizmente hoy son muchos y muchas en las que estas ideas no encuentran cabida, y buscamos soluciones fuera de este encorsetado sistema de valores o, mejor,  “antivalores”.

Hay una pieza teatral brasileña, titulada Vida e Morte Severina de Joao Cabral de Melo Neto. El protagonista es un migrante llamado Severino que cruza una larga distancia en busca de una vida mejor. Deja su localidad de nacimiento, agreste y dura, porque con la sequía ya no tiene cómo subsistir. Ama su tierra pero se ve abocado a abandonarla. En el camino va encontrando personas que, tal como él, se han visto obligadas a marchar. Sufren hambre y sed a lo largo del trayecto y, mientras cruzan amplias regiones fértiles plantadas de caña de azúcar, el hambre se agudiza más, porque ahí, en realidad, no hay espacio para nada más que la caña, que empobrece el suelo y a aquellos que la cultivan.

Al llegar a la ciudad, después de varios padecimientos en el camino, en el que todos están unidos por este mismo tipo de vida “severina”, el protagonista tiene el impulso de acabar con todo el sufrimiento que trae y tirarse por un puente. En ese mismo instante oye el llanto de un niño que acaba de nacer y, este grito a la vida, le rescata de su debilitamiento y tristeza y le devuelve las razones por las cuales luchar.

Es la vida, y la fuerza impetuosa que nace de ella, donde encontramos la última motivación para “el rescate” de la humanidad y de la naturaleza. Nacemos sin nada y nos vamos sin nada. Por eso, construyamos entre todos el espacio donde todas las especies puedan vivir libre, digna y felizmente. Sin olvidar que ese impulso primero tiene que brotar dentro de cada uno de nosotros mismos; esa fuerza vital y pura que traemos todos al llegar a este Planeta, con nuestro primer soplo de vida.

Deyse Helena Araújo de Oliveira, afiliada perteneciente al Grupo de Ecología del Partido Por Un Mundo Más Justo M+J