Una “Ética” de 140.000 euros 

No es raro escuchar, a personas con cargos de responsabilidad pública, afirmar la importancia de hacer política con valores, ética, o expresiones parecidas. Aunque, la mayoría de las veces, lo dicen más por criticar la falta de la misma en los ajenos, que por poder presumir de la propia, que una cosa es “decir” y otra “hacer”. Sin embargo, es en esa convivencia con la ética, donde “se la juega” la buena política. Bien afirma Adela Cortina que, “una política que prescinde de la ética es, sencillamente, una mala política”.

Y que se prescinde de la ética y que, en la cotidianeidad política, se viven incoherencias entre palabras y hechos… se ve tanto en las grandes decisiones como en las que pasan por más anecdóticas, que “quien es fiel en lo poco lo es también en lo mucho”. Y al revés. Es cierto que la ética no ofrece soluciones “matemáticas”, sino más bien directrices que hay que aterrizar según el caso, pero creo acertar si, por desgracia, partimos del a priori de que muchas decisiones políticas son tomadas sin una reflexión ética seria y de calidad. 

A modo de ejemplos, se me ocurren algunos cuestionamientos éticos de actualidad: ¿Es ético tomar decisiones de fuerte impacto social sin el respaldo de una gran mayoría de la ciudadanía y/o sus representantes, como en el caso de la tan traída amnistía u otros temas “candentes”? ¿Es ético usar el miedo y alimentar el rechazo a los que piensan diferente, como parte de las estrategias políticas? ¿Es ético justificar el envío de armas a países para ayudar a su “legítima defensa”, o apoyar acciones militares que matan a niños, inocentes, e incluso que pueden pretender el aniquilamiento de toda una población como venganza o táctica preventiva? ¿Es ético oponerse siempre a lo que dice el partido contrario sólo por ese hecho, por ser ….“los contrarios”? ¿Es ético el transfuguismo, el incumplimiento de lo pactado, u otras deslealtades con respecto a las promesas hechas durante las campañas electorales? ¿Es ético gastar casi 3000€ por cubierto en una cena, como sucedió durante la Cumbre de Granada del pasado me de Octubre?

Dar respuesta a esas y otras preguntas semejantes no es nada fácil. Soy el primero a quien le cuesta. Pero, por eso se hace más urgente que nuestros representantes políticos le den más peso en sus agendas a buscarlas. De lo contrario, lo que se haga obedecerá a otros intereses y se alejará de la búsqueda del bien común y de la verdad que debe guiarles.

Sin embargo, es triste que, para una parte importante de esta sociedad, todo esto de la moral y de la ética son incompatibles con otras visiones -o están subordinadas a ellas-, como la geopolítica, la estrategia partidista, la cuenta de resultados o las opciones de victoria en una controversia o enfrentamiento. De ahí que, no sea extraño encontrar a personas que, en esferas privadas, recomienden darle un “pellizco a la moral” porque, de lo contrario, no “avanzaríamos”, no “creceríamos”, no “ganaríamos”… Y punto.

Y así nos va.

Es cierto que la política es complea y quererla hacer “de guante blanco” puede,  incluso, llegar a convertirse en algo heroico. Pero no podemos renunciar al intento. Y, para ello, ayuda dotarnos de principios sólidos, desde los que evaluar las opciones y las decisiones políticas.

Un ejemplo concreto lo tomo de uno de los cuestionamientos que he formulado más arriba, y que me ha dado pie a escribir este artículo: el gasto en la cena de los 50 líderes que participaron en la cumbre europea celebrada en Granada a comienzo de este curso.

Y es que, si toda la sociedad conviniéramos -algo que sí es posible- que algunos de esos criterios éticos básicos y mínimos son la búsqueda de la justicia y la equidad, la priorización de las situaciones más urgentes, o el evitar despilfarros innecesarios…¿cómo se puede justificar ese gasto de 140.000€? Habrá quien lo haga aludiendo a que era una oportunidad para poner en valor la “marca España”, y la cantidad de turismo que eso puede generar y, por tanto, creación de empleo, etc, etc… Sin embargo, a mí me cuesta entenderlo. Había muchas otras formas de mostrar “la realidad” granadina o española. Incluso, no hubiese estado de más, sustituir esa cena por un paseo nocturno por las calles de nuestra ciudad de la mano de los voluntarios y entidades que atienden, bocadillo en mano, a las más de 300 personas en situación de sinhogarismo que la habitan. Eso sí que hubiera sido una buena inversión de esfuerzo y tiempo, y aplicaría otro criterio ético que me parece fundamental: el de hacer política desde el contacto con los que más sufren o que más vulnerados ven sus derechos. (¡Ah! ¡Y hubiesen cenado unos estupendos -y económicos- bocatas!).

Por eso, propongo: no hagamos política, sino “poli-ética» (el término no es mío, ya se usó el siglo pasado): una política que siempre va de la mano de la ética, que pone en valor la fuerza del bien, de la solidaridad, de la humanidad…de la fraternidad.

Ojalá el 2024 venga cargado de ello.

Luis Antonio Rodríguez Huertas, afiliado de M+J Granada