
Reflexión: El valor del voto… o su precio
A principios de la actual etapa democrática, a mediados de la década de los setenta, los partidos estaban, en general, compuestos por personas que se buscaban la vida en lo que podían, aparte de realizar un esfuerzo extra en períodos de campañas para hacer valer y luchar por unos ideales en los que creían. Podríamos decir que eran “aficionados” a la política, pues destinaban parte, o gran parte, de su tiempo libre a ello, pero no era su profesión.
Con el tiempo, fuimos avanzando en especialización, estrategias de campaña, estudios y encuestas sociológicas… con el fin de sacar mayor rendimiento al ideario de cada cual. Tanto se avanzó en estas cuestiones que los partidos, sin darse cuenta, o sí, iniciaron un lento trasvase: comenzaron a pasar de “intentar ganar unas elecciones con el fin de llevar adelante sus propuestas” a “elaborar unas propuestas con el fin de ganar unas elecciones”.
Para ese trasvase en el que la evaluación del trabajo lo marca únicamente el escrutinio del resultado electoral, se empezó a incorporar todo aquello que utiliza el mercado del consumo para la venta de productos. Técnicos en marketing, publicistas y diseñadores de campaña hacían un alto en sus labores habituales para ponerse al servicio de los partidos. Ya no eran los ideales los que guiaban el camino sino el “mercado electoral”.
Y tan elevado ha sido el nivel de “profesionalización” en la venta del producto, que, según parece, hay quien lo ha vendido casa por casa, vecino a vecino, a golpe de desgracia vital de quienes son considerados “clientes preferentes”. Según las denuncias, bastan 50 € o 100 € para colocar el producto, saciando a muy corto plazo una necesidad enquistada en un hogar. Siempre se utiliza a los mismos para los fines más miserables…
Por ello, en estos días de tanto mercado, cada vez es más difícil encontrar quienes buscan ser como aquellos de los años setenta. Entre tanto profesional de la venta cuesta creer que exista quien se presente en una lista electoral, y se marche en plena campaña a miles de kilómetros para ayudar a necesitados de otro país, o quien no pueda repartir folletos del partido porque ese día atiende a personas sin hogar, o quien no deja de asistir a sus labores con personas necesitadas para hacer campaña…
Se puede pensar que esa falta de “profesionalidad” pasa factura en el examen final del recuento, pues el resto de competidores son mucho más profesionales, pero la realidad es que, gente como aquellos políticos de los setenta, y gente que hoy sigue poniendo en el centro a la persona, sin perder de vista la lucha Por Un Mundo Más Justo, son gente que no tiene precio… y dan un valor diferente a días como el del domingo pasado.
Antonio J. Pérez
Afiliado de M+J Sevilla